Como colaboradora del curso Habitar los márgenes. Intersecciones arte, ciencia y tecnología, celebrado entre el 10 y el 30 de noviembre en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, bajo la organización presencial y virtual de Remedios Zafra Alcaraz, tuve la oportunidad de entrevistar a Karin Ohlenschlagër, crítica, comisaria y directora artística de LABoral Centro de Arte y Creación Industrial entre 2016 y 2021. La entrevista se enmarcó en el contexto de la tercera de las sesiones del programa, «Arte y cultura tecnocientífica: nodos, cambios y proyectos», y consta de tres preguntas en las que la invitada desarrolla sus intereses y relaciones con el nexo protagonista de las jornadas: la intersección arte, ciencia y tecnología.

¿Qué es lo que más te interesa de la intersección arte, ciencia y tecnología? ¿Por qué?

Vivimos realidades sumamente complejas y entrelazadas. Como conjunto de sociedad tenemos muchos retos por delante y para afrontarlos me parecería útil que fuésemos capaces de cambiar ciertos parámetros relacionados con cómo concebimos, pensamos y nos relacionamos con nuestro entorno. Vivimos en una sociedad en la que estamos en un proceso continuo de aprendizaje, de transformaciones, de cambios, de situaciones inestables, de incertidumbres. Estas exigen ubicarnos en un ámbito que conecte transversalmente distintas áreas del conocimiento para responder a nuestros retos, para contribuir activamente a procesos de transformación que corresponden a intereses no solamente marcados por el mercado sino por las humanidades, por preguntas esenciales que tienen que ver con la calidad de vida, de existencia, de relaciones. Para todo ello me parece hoy en día imprescindible conectar distintos ámbitos del saber y precisamente en estas intersecciones —que no son algo que corresponde solo a la actualidad y que podemos observar en distintos ámbitos, incluso en las ciencias— siempre han pasado las cosas más interesantes relacionadas con transformaciones y cambios con los que yo, de alguna manera, me he identificado. Veo que ahí pasan cosas que nos ayudan a ver el mundo con otros ojos. 

Detrás de toda esta innovación tecnológica que estamos viviendo en este momento hay ámbitos científicos que me parece que han marcado toda la historia del siglo XX y del presente: la física cuántica y la cibernética. También el psicoanálisis y otros ámbitos del saber han ido conociendo y reconociendo que el mundo de lo real no es solo aquello que podemos medir, tocar y pesar, sino que hay otras realidades a niveles subatómicos que plantean un mundo totalmente distinto basado en la transformación de energía e información. La base científica de la física cuántica nos abre un mundo de incertidumbre, probabilidades, simultaneidades y toda una serie de valores. Si bien inicialmente los hemos ubicado en micromundos subatómicos, resulta que estos micromundos subatómicos han dado lugar hoy a todos los dispositivos tecnológicos y digitales que manejamos en estos momentos. 

A mí siempre me ha interesado conocer y entender esta base conceptual de un cambio de miradas, de formas de concebir, pensar y relacionarnos con el mundo que nos rodea, donde la tecnología es lo que podemos tocar. En el fondo a través de los dispositivos tecnológicos estamos manejando una serie de conceptos que, para mí, el mundo del arte, especialmente a partir de los años sesenta, en colaboración con científicos y tecnólogos, ha explorado de una manera brillante, sorprendente y transformadora. 

Es en esta intersección donde veo que podemos seguir aprendiendo muchísimo, siempre y cuando no nos fijemos o quedemos en obviedades que tienen que ver con lo tecnológico y trascendamos ello para ver qué hay detrás: cómo impactan estos nuevos conocimientos y ámbitos de saber en la manera en la que nos relacionamos con el mundo que nos rodea, en el que constituimos nuestras identidades, nuestras formas de ver, de pensar, de manejar valores económicos, políticos, sociales, etcétera, etcétera.

Desde tu trayectoria, podríamos decir pionera en muchos aspectos en este campo que nos ocupa, ¿qué potencial ves en la intersección arte, ciencia y tecnología para la mejora social hoy? Dicho de otro modo: ¿qué impacto social puede tener en una comunidad repensar las relaciones desde la repercusión de los avances científico-tecnológicos en nuestras identidades?

Te voy a responder a esta pregunta desde un ámbito que he atendido con especial implicación: el educativo. Desde la Dirección Artística de Laboral Centro de Arte y Creación Industrial, donde lo digital está en el epicentro de toda actividad, hemos desarrollado una serie de programas educativos trabajando con artistas, científicos e ingenieros para intentar ofrecer metodologías y dinámicas de trabajo a la comunidad educativa ayudando a entender que la educación digital no significa cambiar el libro por la tablet. 

La educación digital implica un cambio de metodología, del propio modelo y de la dinámica de aprender y de enseñar para abordar contenidos relacionados con cualquier tema (la literatura, las matemáticas, la televisión, la física, la biología…) desde un diálogo con distintos ámbitos del saber. Esto significa que los jóvenes trabajan por proyectos; aprenden cómo configurar desde diferentes áreas del conocimiento una narrativa, una visión, un audiovisual, una programación, un 3D o un videojuego; aprenden que estos dispositivos digitales no son simplemente objetos de entretenimiento y de consumo. Como nativos digitales tienen una aproximación y un manejo del uso tecnológico en algunos casos mejor que el profesorado, pero interactúan con el mundo digital como meros consumidores de dispositivos, programas o juegos. 

Desde un planteamiento educativo crítico y creativo podemos ofrecer la enseñanza del uso crítico y creativo de estos nuevos medios. Realmente, los dispositivos digitales solamente son una herramienta que les permite aprender de una manera transversal y de forma multidisciplinar a construir relatos a través de procesos colaborativos donde cada uno con lo que aporta enriquece el conjunto de saberes. Estos se configuran no necesariamente desde las jerarquías clásicas del saber, sino admitiendo la igualdad de valores desde el lenguaje, el mundo de los números o los organismos vivos, generando otras maneras de aproximarse y adquirir conocimiento a través de experiencias muy participativas. 

Todo esto ocurre en un entorno en el que solemos trabajar con artistas que en la elaboración de sus proyectos plantean formas diferentes de conectar distintos ámbitos del saber. Este modo de hacer lo introducen a la comunidad educativa que, a partir de ahí, conjuntamente, va configurando procesos de aprendizaje donde, por una parte, se respeta el esquema curricular, pero, por otra, el modo de enseñar, de aprender y de construir conocimiento transcurre de una manera distinta. Me parece muy interesante cómo precisamente en estas prácticas artísticas más interdisciplinares, en esta colaboración con artistas, científicos e ingenieros podemos desarrollar otras maneras de aprender y de enseñar. 

A menudo incides en la necesidad de «humanizar las tecnologías». Tras esta experiencia en Laboral, donde una parte importante de vuestro trabajo tenía que ver con el fomento del pensamiento crítico de las tecnologías, ¿qué podrías decir que aporta la práctica artística desde los nuevos medios a la educación? ¿Cómo reformula las relaciones o los roles a menudo tan distantes como el de la institución arte y la educación reglada o lxs artistas, el profesorado y el alumnado?

Incluso hemos trabajado con la Universidad de Oviedo en estos últimos cinco años y no nos limitamos al ámbito educativo primario y secundario, sino que también hemos tenido colaboraciones sorprendentes que nos han servido para intentar desmontar el desconocimiento total y absoluto que existe entre los distintos ámbitos del saber. La idea que tienen los y las científicas cuando piensan en el arte no tiene nada que ver con las realidades y las prácticas artísticas contemporáneas. Y viceversa, también quienes vienen desde la historia del arte o las prácticas artísticas tienen ideas muy cojas e insuficientes a la hora de acercarse a la ciencia. 

Entonces el proceso de diálogo para encontrar una conexión que sirve a unos y otros para salir de su área de confort y plantearse una coevolución en un ámbito de incertidumbres es un reto, pero es un reto maravilloso. Lo que sí está claro –y esto tiene que ver con una reivindicación que no es mía, sino que surge en las prácticas artísticas sobre todo a partir de los años sesenta, cuando los artistas entran en los laboratorios y plantean colaboraciones directas y concretas con ingenieros y científicos– es que todo esto corresponde a una necesidad por ambas partes. Los artistas abandonan el área de confort de la estética para querer ser partícipes de la construcción del conocimiento, con modos de hacer ciertamente distintos a los que tienen las áreas de las ciencias y también con otros fines. Pero quieren participar; quieren plantear una mirada más crítica hacia el propio proceso de producción del conocimiento (por qué y para quién). 

Mientras, los científicos reconocen encontrar otros usos a unas tecnologías que habían nacido en plena guerra mundial, en un momento en el que la actitud positivista que existía hasta entrada el siglo XX de que los avances científicos eran para el bien de la humanidad. De repente, el gran despertar del potencial destructivo dejó a todo el mundo con una cierta reflexión de qué podemos hacer para que estos saberes no solamente se queden solo dentro de unos parámetros cuantitativos, sino también cualitativos. 

El saber científico también necesita complementarse con una reflexión sobre los valores simbólicos, patrimoniales, humanistas. En esta ronda de diálogo de reflexión y de participación activa entran los artistas. Sin ir más lejos, aquí en Madrid en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid –antes de que existiese la denominación de Complutense–, cuando IBM instaló los primeros ordenadores allí en la década de los sesenta recomendaba a los ingenieros y matemáticos que para dar otros usos a estas herramientas y saberes por qué no invitar a los artistas, arquitectos, poetas, músicos, a distintos ámbitos del arte a trabajar con ellos y poner su imaginario, sus narrativas, su potencial de cuestionar, de transformar conceptos, herramientas, métodos, en algo diferente. 

Estas colaboraciones existían a partir de los años sesenta en Estados Unidos, en Europa, en algunos países de Latinoamérica, precisamente para, habiendo sobrepasado un límite, podríamos transformar esta situación tan destructiva y responder a los nuevos retos de conectar las artes, las ciencias, las tecnologías y otros ámbitos humanistas en nuevas configuraciones del saber. Creo que hoy en día, cuando volvemos a estar con unos retos inmensos por delante –medioambientales, de convivencia, relacionados con esta situación de este mundo interconectado, interdependiente y globalizado–, las conexiones transversales entre distintos ámbitos del saber son las que en nuestra historia reciente han propiciado cambios, transformaciones y otros modos de conocimiento que me siguen pareciendo útiles y muy sugerentes. 

Hoy en día algunos de los grandes centros de investigación científica, como el CERN de Ginebra, ofrecen residencias para artistas porque les parece muy productivo y enriquecedor de otros modos de ver, de pensar y de generar conocimiento de una forma dialogada. En ese sentido creo que el mundo del arte tiene un potencial muy grande. Espero que en tiempos próximos pueda haber un cierto espacio de colaboración. Los actuales programas europeos, que fomentan mucho esta interdisciplinariedad, la transversalidad a la hora de plantear y desarrollar proyectos de muy distinta índole, se están haciendo eco precisamente de este tipo de colaboraciones. Creo que aquí en España nos faltan muchos espacios donde este tipo de diálogos puedan prosperar o puedan producirse. Es muy difícil que se produzcan dentro de unas instituciones que están muy compartimentadas –qué te voy a contar que tú no sepas o que las dos no sepamos–. Estos tiempos y este tipo de colaboraciones también requieren otros espacios y actitudes a la hora de afrontar estos retos.

Y decir, por último, que la tendencia hacia lo interdisciplinar o hacia las prácticas transdisciplinares de ningún modo quiere sustituir las especializaciones dentro de las disciplinas. Solamente quiere, de una forma complementaria, tal y como yo lo entiendo, generar vasos comunicantes entre distintos ámbitos del saber para generar un desarrollo e innovación que nos favorezca a todos.